HIJAS DE LA CARIDAD DE SAN VICENTE DE PAÚL

San Vicente de Paúl

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lunes, 30 de agosto de 2010

VICENTE Y LUISA: EL ARTE DE TOMAR DECISIONES


Vicente de Paúl y Luisa de Marillac trabajaron juntos durante 35 años para mejorar las vidas de los que sufrían la pobreza o el rechazo de la sociedad y revelar a todos ellos el gran amor de Dios.

Diferencias aparentes

Vicente de Paúl, un campesino gascón, creció en el seno de una familia querida.

Luisa de Marillac, una aristócrata parisina, es rechazada por su familia debido a su nacimiento ilegítimo.

Vicente de Paúl fue un joven emprendedor. Se lanzó a una serie de iniciativas, intentando promoverse, y conseguir unos ingresos fijos.

Luisa De Marillac, se cría en un convento y en un pensionado y, de joven, buscó la vida oculta en un monasterio de Religiosas Capuchinas.

Vicente de Paúl fue un hombre con un temperamento campesino. Sabía esperar. “Nunca se adelantaba a la Divina Providencia.”

Luisa de Marillac fue una mujer impaciente por llegar a la meta y sin miedo de retar a la Iglesia y a la sociedad: era una Marillac.

¿Cómo fueron capaces de vivir y trabajar juntos cuando su educación y personalidad les hubiese mantenido separados? ¿Cómo llegaron a comunicarse?

A la edad de treinta años, ambos han sido confrontados con interrogantes preocupantes sobre Dios, sobre su futuro. Hacia 1613, Vicente de Paúl se siente fuertemente atormentado por dudas acerca de Dios. Toma conciencia del vacío, de la inutilidad de su vida como sacerdote. Luisa de Marillac, hacia 1623, cae en “una noche oscura del alma”, un periodo de depresión. Se interroga sobre su vida, sobre su futuro, y comienza a dudar de la existencia de Dios. A través de estas pruebas, ambos toman conciencia de la bondad de Dios hacia ellos y desean consagrarse a los pobres. Lo que les va a unir es el amor de Dios y de los pobres.
Pero esto no borra sus diferencias. Muchos ejemplos nos permiten descubrir opciones, a veces opuestas, entre el Señor Vicente y la señorita Le Gras. Escuchándoles, mirando cómo viven, debería permitirnos comprender cómo fueron capaces de comprometerse juntos para una misión de caridad realizando acciones tan importantes.



Algunos ejemplos concretos

La búsqueda de una nueva Casa Madre

Cuando se funda la Compañía, en noviembre de 1633, Luisa de Marillac acoge a las 5 o 6 jóvenes que se unen a ella, en su propia casa, en la parroquia de San Nicolás de Chardonnet. En 1636, como aumenta el número de hermanas, la pequeña comunidad se cambia a La Chapelle, al norte de París. Cuatro años más tarde, la casa era demasiado pequeña. Por consiguiente, era necesario de nuevo buscar una nueva vivienda. Luisa tiene una idea muy clara. Desde 1632, San Lázaro, en el distrito de San Denis, había sido la Casa Madre de los Sacerdotes de la Misión. Luisa prefiere tener las Hijas de la Caridad alojadas en la misma zona. Vicente de Paúl era muy reticente:

“Quizás crea que yo tengo algún motivo referente a usted, por el que creo que no es conveniente que se aloje en estos barrios. No es así, ni mucho menos; se lo aseguro. La razón es ésta: estamos en medio de gentes que lo observan todo y juzgan de todo. Apenas nos viesen entrar dos o tres veces en su casa, se pondrían a hablar y a sacar consecuencias que no podríamos decir hasta dónde llegarían.”

En septiembre de 1640, Vicente de Paúl pide a las Damas de la Caridad que busquen una casa en un entorno que sea adecuado. En la fiesta de Todos los Santos, Vicente está contento por la propuesta que le hacen. Esta casa depende del Priorato de San Lázaro, tanto en lo que se refiere a impuestos locales como a cuestiones jurídicas. En consecuencia, Vicente invita a Luisa de Marillac a visitar la casa situada en el poblado de La Villete.

“Hay una casita en La Villette, que medirá solamente una arpenta, contando la casa con el jardín, y que pertenece a la parroquia de La Villette, pero que depende de aquí para las rentas y para la justicia. Es la última de la aldea por la parte de allá de la iglesia, de la que no está tan lejos como la de ustedes. Hablan de cuatro o cinco mil francos. Tiene un cuerpo o dos de edificio, con corral y establo, al estilo de la gente del campo, y le da el aire por detrás y de lado. Sólo está esa en venta en La Villette; mire a ver qué le parece.”

Luisa va a verla. No tenemos su carta comentando la visita; sin embargo, rehusó la propuesta porque buscaba otra cosa. Parece que esta vez ella desea vencer la reticencia de Vicente. Las Señoras hablan entonces de una casa en el distrito de San Martín. En febrero Vicente va a verlo y lo encuentra demasiado pequeño. Vicente comparte sus puntos de vista con Luisa la mañana del 7 de febrero:

“Ayer vi la casa de la que le hablé, en el arrabal de Santa María; pero no resulta bastante capaz. Será conveniente, como usted dice, tener una casa exclusiva para ustedes lo antes posible, pero no se encuentra tan fácilmente. Entretanto, será necesario tomar en alquiler la primera que se presente.”

Luisa ha tenido que reaccionar inmediatamente. Quiere que se compre la casa, no que se arriende. Su carta expresa claramente, sin demasiado tacto, su preocupación e impaciencia ante la lentitud de las gestiones (no tenemos esa carta). La respuesta de Vicente no se hace esperar, y es bastante áspera.

“Para el alojamiento en esa parroquia, es preciso buscar un alquiler al precio que sea, esperando que se presente la ocasión de comprar una, que por lo visto resulta bastante difícil de conseguir.
La encuentro siempre a usted con sentimientos un poco humanos desde que me ve usted enfermo, al pensar que se ha perdido todo, si no se encuentra casa. ¡Oh, mujer de poca fe y poco aficionada al ejemplo y a la conducta de Jesucristo! El Salvador del mundo, al pensar en toda su Iglesia, confía en el Padre para sus reglas y su dirección; y para un puñado de mujeres, que tan claramente ha suscitado y reunido su Providencia, ¡le parece a usted que nos fallará”. Vamos, señorita, humíllese usted muy por debajo de Dios, en cuyo amor soy su servidor”



La tensión es grande pero ambos van a reflexionar, tratando de comprender la reacción del otro. Vicente, mientras considera lo esencial del asunto, calma la situación:

“Hay que seguir rezando por la casa, por la que no me preocupo tanto como por los medios para que de momento se establezca usted aquí en alguna casa alquilada. ¡Ay Jesús! Su asunto, señorita, no depende de una casa, sino de que Dios siga bendiciendo esta obra.”

Se presenta una situación nueva: la señora Maretz, que vive en el boulevard San Denis, justo frente a San Lázaro, propone su pequeña propiedad. Se consigue el acuerdo y el contrato de venta se firma el 6 de septiembre de 1641:

“He aquí finalmente el contrato de compra de la casa y el dinero entregado.”

La casa se compra por doce mil libras. La Congregación de la Misión asume el coste, porque en ese momento las Hijas de la Caridad no disponen de fondos. La Compañía no rembolsará esa cantidad a la Congregación de la Misión hasta 1653.
Las distintas perspectivas sobre las decisiones que hay que tomar han provocado explicaciones sinceras pero ásperas. Este compartir sin cesiones aparentes ha permitido llegar a una solución, aceptada sin segundas intenciones. El respeto supera las divergencias.

La acogida de párvulos en las escuelas y pensionados en las casas


Los Consejos de la Compañía presentan con frecuencia la manera tan distinta que tienen Vicente de Paúl y Luisa de Marillac de percibir las realidades de la misión.
El Consejo del 30 de octubre de 1647 estudia dos problemas. San Vicente, que preside el Consejo, presenta el primer punto.

“La Señorita Le Gras presenta si es conveniente que nuestras hermanas de la ciudad y del campo, que tienen escuela, acepten muchachos y niñas, y, en caso de aceptar a los muchachos hasta qué edad les mantendrán”

En primer lugar, se presentan las razones de la señorita, favorables a la acogida: estos niños recibirán los principios de la piedad; quizás ésta sea su única instrucción. Porque en la mayor parte de los pueblos no hay maestro de escuela. Más aún, los padres quieren que sus muchachos tengan al menos tanta instrucción como sus hijas. Y es sabido que estos niños tan pequeños (menos de 6 años) no pueden ser sujeto de tentación para la dueña.
Vicente presenta razones totalmente opuestas: Está prohibido tener juntos niños y niñas por un decreto del rey y un decreto de la archidiócesis. Las Hermanas deben ser las primeras en cumplir las ordenanzas. Y Vicente apoya su palabra recordando que directoras de escuela que han acogido niñas juntamente con los niños han sido condenadas a ser quemadas vivas.
Se pregunta a las dos Hermanas presentes; una está a favor y la otra en contra. El señor Lambert, Asistente de la Congregación de la Misión, apoya la propuesta. La señorita reitera su opinión diciendo que ella ha aceptado alguna vez muchachos, porque hay ocasiones en que una niña no puede venir a la escuela si no trae a su hermano pequeño con ella porque la madre no está en la casa para cuidarle.
Después de presentar de nuevo sus razones, Vicente de Paúl concluye:

“Será bueno tomar nota de todo. Dos o tres tenemos la misma opinión. Es necesario dejarlo así.


Luisa, por consiguiente, deberá revisar lo que ha autorizado en algunas casas.

A continuación se plantea la cuestión de si pueden o no las Hermanas aceptar pensionados en sus casas. También aquí hay una gran diferencia de opinión entre los dos fundadores. Luisa ve ventajas en ello: educación de las niñas; asistencia financiera para casas pobres. Vicente ve demasiados inconvenientes: comidas diferentes para estas niñas (el menú de las Hermanas le parece demasiado pobre); riesgo para las Hermanas de que se vean sus diferencias comunitarias; dificultades para mantener un equilibrio entre el cuidado de estos pensionistas y la fidelidad a la Regla (oración). A pesar de la insistencia de Luisa, la decisión de Vicente es categórica:

“Dejen el asunto como está y no les acepten en ningún sitio.”

Luisa de Marillac tendrá que transmitir esta decisión a las distintas comunidades, sin dejar entrever que ella era opuesta a una tal decisión. Así, escribe a Bárbara Angiboust en mayo de 1655:

“El señor Vicente se alegra de manera especial cuando tiene noticias suyas; es de opinión que despidan ustedes a sus pensionistas porque dice que no es propio de las Hijas de la Caridad el tenerlas. En efecto, en un Consejo que se celebró sobre varias cuestiones, se resolvió que las Hermanas no recibirían nunca pensionistas, y ello por fundadas razones...”

Si hay que revisar la cuestión, sólo podrá hacerse después de una nueva reflexión común. En 1659, las Hermanas de La Fère plantean la necesidad de aceptar pensionistas. Luisa les dice:

“Por lo que se refiere a las pensionistas, considere usted cuál es su necesidad y su importancia y dígame lo que haya pensado; con eso, preguntaré a Nuestro Muy honorable Padre lo que a él le parece y se lo comunicaré a usted.”

Luisa está de acuerdo en revisar una decisión tomada doce años antes. Pero pide a las Hermanas reflexionar juntas sobre sus motivos, para explicar bien sus motivaciones, y enviárselas. La misión evoluciona, las respuestas tienen que adaptarse. Una decisión tomada en un momento puede ser modificada si las circunstancias cambian. Uno no puede pararse continuamente en lo que se ha hecho siempre.
¿Hubo Consejo y reflexión sobre este tema? ¡Es poco probable; la carta de Luisa es del final de noviembre de 1659!

El Catecismo de Belarmino y las Hijas de la Caridad


Las Hijas de la Caridad enseñaban el catecismo a las niñas en las parroquias. Tenían en sus manos un pequeño catecismo elaborado por Luisa de Marillac, en forma de preguntas y respuestas. Algunas Hermanas querían tener un conocimiento más profundo de su fe. ¿Qué alternativa podían proponerles?
El señor Lambert, sacerdote de la Misión, recomendó el catecismo de Belarmino, que Luisa encontró demasiado erudito. Durante el Consejo de marzo de 1648, la cuestión se debate. Una vez más, se revela una gran diferencia de apreciación:

“Señorita, no hay ningún catecismo mejor que el de Belarmino; si todas nuestras hermanas lo supieran y lo enseñaran, no enseñarían más que lo que deben enseñar, ya que les toca a ellas instruir a los demás, y deberían saber todo lo que tienen que saber los párrocos.”

Y Vicente de Paúl va todavía más lejos. Aconseja vivamente a Luisa de Marillac leer y explicar a las Hermanas este catecismo de Belarmino:

“Sería conveniente que se les leyera a nuestras hermanas y que usted misma se lo explicara, a fin de que todas lo aprendiesen y profundizasen en él para enseñarlo; porque, ya que es preciso que ellas lo enseñen, es menester que lo sepan; y no podrán aprender nada más sólido que lo que hay en ese libro.”

Oponerse a una decisión y ver que se le impone a uno por el bien común, tal fue la situación aceptada por Luisa. Ella va a hacer todos los esfuerzos por comprender los beneficios.


Un trabajo real y eficaz juntos

Para concluir, quisiera mostrar cómo Vicente de Paúl y Luisa de Marillac han sabido ir más allá de sus profundas diferencias. Sus múltiples encuentros les han permitido llegar a conocer su propia identidad, descubrir la complementariedad recíproca, ayudarse a asumirse plenamente y realizar así un trabajo real y eficaz.

Reconocerse


Aceptar reconocer la personalidad de aquellos con los que trabajamos con frecuencia es difícil. Requiere aceptar ver al otro con sus cualidades y sus defectos. Esto implica, en primer lugar, conocerse uno mismo con sus riquezas y carencias. Vicente de Paúl y Luisa de Marillac aprendieron poco a poco a conocerse. Se dicen lo que encuentran bueno o malo el uno en el otro.
Vicente de Paúl rápidamente llega a admirar la gran competencia de Luisa en su relación con las Damas de la Caridad y no duda en decírselo:

“Me parece bien todo lo que me dice de la Caridad y le ruego que proponga a las hermanas todo lo que crea oportuno para ello, y que lo ajuste, tanto por lo que ha escrito, como por lo que luego le parezca que es mejor”

Vicente tampoco teme advertirle una falta que podría ser perjudicial para su acción. Luisa sale con la señora Goussault a visitar una Cofradía:

“Ruego a Nuestro Señor que bendiga su viaje y su persona y que multiplique sus bendiciones sobre su alma y sobre la de la señora presidenta Goussault, con la que le ruego esté siempre alegre, aunque tenga que disminuir un poco esa pequeña seriedad que la naturaleza le ha dado y que la gracia endulza…”

Vicente dirá también a la Superiora de la Compañía que es demasiado exigente con las Hermanas jóvenes en formación. Vicenta ha llegado de Richelieu, y Luisa se queja de su lentitud en asimilar lo que ella le dice. Vicente le recomienda la paciencia.

“Es una hermana muy buena, que goza de excelente reputación en su país, que ha servido con constancia a su dueña durante siete u ocho años. Aquella pobre mujer ha sentido tanto su ausencia, que es imposible de decir. Hay espíritus que no se ajustan de golpe a todas las pequeñas normas. El tiempo va remediando las cosas. Entre nosotros lo estoy experimentando continuamente.”

Luisa tiene una fuerte personalidad, que se manifiesta en su tenacidad. Cuando ella ve lo que cree ser la voluntad de Dios, ella sigue adelante. Utiliza entonces una fuerte expresión: “En nombre de Dios.” Si Vicente cae enfermo, ella le impone enérgicamente reposo:

“En nombre de Dios, señor, bien sabe usted la necesidad que tiene de tomarse un poco de tiempo para recobrar su salud y para tratar de tenerla para el servicio de Dios.”

Ante la falta de dinero para pagar la pensión de los niños expósitos, Luisa manifiesta su sufrimiento y suplica con firmeza a Vicente de Paúl que actúe. Para ella, existe solo una solución, no aceptar nuevos niños.

“En nombre de Dios, mi reverendísimo Padre, piense por favor si no habría que aconsejar a las señoras que no reciban por ahora más niños expósitos… que ya no hay posibilidad de resistir a la compasión que causan esas pobres gentes cuando nos piden lo que se les debe en justicia… después de lo cual se ven morir de hambre; se han visto obligadas a venir tres y cuatro veces desde muy lejos, sin recibir nada de dinero… Perdóneme mis continuas importunidades, se lo pido por favor…”

Aceptar la complementariedad



Aceptar la complementariedad es reconocer que el otro viene a llenar su propia carencia. Luisa dice rápidamente lo que piensa. Se disculpa con Vicente de Paúl por esto mientras le envía cartas y le pide que responda sin demora:

“Perdone mi prontitud en deciros mis sentimientos.”

Si Luisa reconoce su precipitación, Vicente no duda reconocer, por otra parte, que él es más bien lento por prudencia. Uno compensa al otro.

“¡Dios mío! ¡Cuán feliz es, señorita, al tener el correctivo de las prisas! Las obras que hace el mismo Dios no se estropean jamás por el no-hacer de los hombres. Le ruego que confíe en él”

Vicente no osa echar a las muchas personas que buscan su consejo y su asistencia. Él lo reconoce y se deja desbordar:

Y como yo estoy hasta la coronilla preocupado por la cantidad de ejercitantes, uno preconizado obispo, un primer presidente, dos doctores, un profesor de teología y el señor Pavillon, además de nuestros ejercicios, todo esto, se lo aseguro, me impide ir a verla. Por eso, envíeme, si le place, la memoria de que me habla.”

Pero, como Luisa no acepta que Vicente abandone las Conferencias a las Hijas de la Caridad, un día o dos antes de la fecha le envía un pequeño recordatorio. “y la necesidad que tenemos de la conferencia que ha tenido usted la bondad de prometernos para mañana jueves”
La complementariedad va creciendo. Cada uno aporta su piedra a la construcción de la obra querida por Dios. Esto se manifiesta en la redacción de las Reglas de las Hijas de la Caridad.

“Esto es, mi muy Honorable Padre, lo que he observado, pero, en nombre de Dios, no tenga en cuenta ni las memorias ni las notas mías; ordene más bien las cosas como crea usted que Dios pide de nosotras, añadiendo las máximas e instrucciones que puedan servirnos de estímulo y mantenernos adictas y fieles a las observancias de todos los puntos de la regla,”


La santidad no era innata en ninguno de ellos. Como para todos los santos, este itinerario hacia la santidad se ha apoyado en su humanidad. Poco a poco, sus encuentros trasformaron su personalidad, perfeccionándola, embelleciéndola. Sus diferencias han llegado a ser fuente de enriquecimiento para la misión común. Vicente y Luisa explicaron a las Hermanas que debían vivir unidas entre ellas aceptando completamente su diversidad. Y para ayudarles las presentan a la Santísima Trinidad como su modelo.

“les recomiendo se acuerden siempre de las enseñanzas del señor Vicente, sobre todo, la tolerancia y la cordialidad para honrar la unidad de la divinidad en la diversidad de personas de la Santísima Trinidad.”


Escrito por Sor Elisabeth Charpy, DC de la provincia de Paris


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