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viernes, 22 de enero de 2010

Sor Martina Romero Esteban H.C

Estrevista en el peridico La Vanguardia
Sor Martina Romero Esteban, nacida en Teruel hace 62 años
Una religiosa relata la lucha diaria de los cooperantes que están y se quedan
Todo el mundo en el hospital de La Paix busca a la hermana Martina en algún momento del día. En cuanto aparece, a las nueve de la mañana, un médico cubano le echa el lazo para que le haga de traductora de español a creole durante una transfusión. Y ya no parará hasta las nueve de la noche. Lo mismo hace una cura o coge una vena que apaña unos guantes de goma que nadie encuentra. Es enfermera y resolvedora. Y sabe cómo curar y cuidar a los haitianos que lo necesitan porque lleva 36 años haciéndolo. Es una de los cientos de misioneros y cooperantes que estaban, están y se quedan mucho después de la tragedia.




"Yo no me asusto ya de nada. Nada me horroriza ya. Lo que no tolero es que maten o maltraten a nadie", dice Sor Martina Romero Esteban, nacida en Teruel hace 62 años, de ojos claros, piel muy pálida y consistencia de porcelana. Ella es una de las 33 hijas de la Caridad que viven en Puerto Príncipe y, junto a otra española que llegó aquí con ella en 1974, la más veterana. Todas las hermanas que estaban en la casa provincial de la congregación cuando el seísmo la derrumbó se salvaron. La única compañera que murió, sor Brigitte, estaba en la Universidad, también derruida.

Martina no se muestra especialmente impresionada con el terremoto porque ya ha visto demasiadas cosas aquí: asesinatos a machetazos, secuestros en los que le ha tocado intervenir, sangrientos enfrentamientos armados, nueve golpes de Estado y unos cuantos ciclones y terremotos con millones de víctimas en total.

Nadie lo diría al verla de un lado a otro del hospital atendiendo o consolando a los heridos; sujetando una bolsa negra con chupachups para regalar y una botella pequeña de agua rotulada en español y creole: "Agua bendita / Dlo beni. Nadie lo diría, pero la vida de esta monjita es a ratos como una película de acción.

A duras penas, modestia cristiana obliga y además ella "no quiere líos" con asuntos políticos, sor Martina nos cuenta cómo un día salvó a la carrera a un niño de menos de un mes al que, en medio de un tiroteo entre la misión de la ONU (Minustah) y una tribu rebelde, fue dando la respiración boca a boca porque estaba cianótico, azul, y se moría si no recibía atención inmediata. Llegó a tiempo a su destino, el hospital Santa Catalina Labouré, gracias a dos cosas: su conocimiento de las calles y del propio centro médico, y la intervención de uno de los jefes implicados en la revuelta, que la tiró al suelo y la libró de una ráfaga de disparos.

Aunque a ella no le haga ilusión esta forma de plantearlo, la verdad es que sor Martina tiene contactos en el infierno; el de la violencia en Haití, claro. "Muchos de esos bandidos han nacido en mis manos", explica en alusión a gentes que no han dudado en blandir el machete para oponer resistencia o resolver discrepancias.

Como los otros cientos de cooperantes que viven en Haití, y a diferencia de los que están de paso, nuestra hermana de la caridad conoce las teclas que hay que pulsar cuando un atacante o un paciente se ponen aquí levantiscos: "A veces les suelto una palabrota en creole o les amenazo con lo que puede hacerles su dios vudú teniendo en cuenta lo que piensa el mío. Hablo su lenguaje y suelen confiar". Por eso vemos que más de un médico desesperado ante la actitud o el pánico de un herido acude a ella para que lo persuada.

La monja española vive en Haití un terremoto diario. "Para mi no se trata de la fiebre que esta situación, de verdad extrema, ha ocasionado; para mi es la vida diaria; dar de comer, curar y enseñar a niños y jóvenes desesperados en un lugar que, en mi opinión, no tiene arreglo humano", dice. Ella es de los que piensan que "hay que hacer el país nuevo".

De momento, la hermana reza para que la ayuda llegue entera, se mantenga y no acabe desviándose hacia el comercio y el mercado negro. "Un hombre hambriento suele ser un perro rabioso", advierte. Lo sabe por experiencia.

Sor Mª Pilar Pascual Mendívil H.C

Puerto Rríncipe (Haití) 10 Agosto ( EFE )

Mª Pilar Pascual Mendívil: "A nosotras nos respetan todos, saben que vivimos entregadas a los más pobres"
- Ajena al revuelo mediático que ha despertado en su Falces natal, Pilar Pascual Mendívil, Hija de la Caridad en Haití, se ha pasado 9 días atendiendo heridos en Puerto Príncipe. "Estoy intacta, de maravilla", asegura en esta entrevista telefónica.- "El terremoto duró algo así como medio minuto. Las paredes del edificio se movían como si fueran una mecedora"- "Y, sin embargo, esto está lleno de gente con unas ganas inmensas de vivir. Son tan alegres. Es oír un tambor y ponerse a vibrar"- "Eso que dicen de "Reyno" de Navarra" es una gran verdad; muchas veces no vemos más allá de nuestras murallas, ni siquiera para abrirlas"

Al tercer tono de la vigésima llamada, alguien responde. "Oui? Pilar? Oui, elle est ici(¿Sí? ¿Pilar? Sí, aquí está, en francés). Cuatro segundos después, se oye la voz de esta religiosa falcesina de 65 años. "¿Llamas desde Navarra? A ver, que me han dicho que me he hecho muy famosa por ahí estos días", bromea.

Durante unos minutos, Pilar Pascual Mendívil responde con energía, tan alto y claro que no parece encontrarse en medio de un país derruido, al otro lado del océano Atlántico. "Grito un poco por si se corta o no me oyes bien, que no anda muy decente esto de los teléfonos por aquí". La conversación es sólo un paréntesis en su trabajo en un barrio, el de María Magdalena, de las afueras de Puerto Príncipe. Curiosamente, después del interés que ha despertado su persona en los últimos días, le cuesta mucho usar el yo, la primera persona del singular. La mayoría de las veces escoge expresarse a través del nosotros.

Nos tuvo en ascuas durante casi tres días (hasta que pudo ponerse en contacto con su familia, una hermana, en Falces, y decirle que estaba bien). ¿Cómo se encuentra?

(Ríe). De maravilla. Estamos muy bien, trabajando mucho pero intactas, ha sido un milagro...

¿Qué recuerda del terremoto?

Habíamos terminado de trabajar recogiendo los medicamentos del dispensario cuando, de repente, toda la casa empezó a moverse. Las paredes se estremecían como si fueran una mecedora. Duró algo así como medio minuto y derrumbó el depósito de agua que tenemos al lado de la casa, vimos cómo ríos de ese agua venían hacia nosotras... Acto seguido, los regueros que tomaron el relevo fueron los de los heridos. Las calles se llenaron de personas que vagaban en busca de ayuda, de ruinas y de muertos. Esta catástrofe ha dejado muchos muertos...

Por lo que hemos podido ver en las imágenes que nos llegan desde Puerto Príncipe, pocos edificios quedaron en pie...

Se cayó casi todo. Pero vaya, era lo esperable si todo está sujeto con alfileres. Aquí la gente no es que viva en la pobreza, es que sobrevive en la miseria más absoluta. Los pocos que tienen un comercio, pues intentan tirar hacia adelante. Hay algún otro que trata de vender carbón. ¿Turismo? Nada, desde los ochenta la inseguridad y la violencia en las calles acabaron con casi todo el interés extranjero por nosotros. Y, sin embargo, esto está lleno de gente con unas ganas inmensas de vivir. Son tan alegres... Es oír un tambor y ponerse a vibrar.

Usted ha trabajado como enfemera en Pamplona, en el Hospital de Navarra, en Puerto Rico y en Haití, que es donde finalmente lleva 33 años. ¿Qué tiene este país para retenerle así?

Me hace sentir que mi sitio está aquí donde puedo ayudar a los que verdaderamente lo necesitan.

¿Cómo es un día suyo de trabajo allí en Haití?

Me levanto a las 4.30 horas de la mañana. Realizamos una oración y desayunamos. Después acudo al dispensario que tiene la congregación, donde realizo mi función de enfermera. Al día podemos ver entre 250-300 pacientes enfermos. Para las cuatro y media de la tarde, volvemos a la comunidad. Hacemos un poco de vida en común, de reflexión, recuperamos fuerzas para el día siguiente y nos acostamos.

Después del terremoto, su rutina habrá cambiado mucho.

Sí, el trabajo ha crecido muchísimo y casi todos los enfermos que atendemos son urgencias como infecciones que requieren una amputación. Además, estamos allí mientras que hay luz, hasta las siete o las ocho de la tarde; hay tanta necesidad... También ha cambiado que ahora dormimos en el patio. Nadie quiere volver a exponerse a que se le caiga encima una pared. Ayer mismo (por el miércoles), la tierra volvió a temblar de nuevo.

Hasta Europa llegan noticias de pillaje, violencia, caos en las calles, ¿es cierto?

Es verdad que hay mucha violencia en la calle. Una de las cárceles más importantes de Puerto Príncipe, la prisión C, se derrumbó con el terremoto y de allí salieron a la calle 3.000 presos. Mucha gente no tiene agua; otros lo han perdido todo, aunque ya fuera poco lo que tenían.

¿Su seguridad se ha visto amenazada en alguna ocasión?

Nunca. No sé, a las religiosas siempre nos han respetado porque saben que nuestra labor es de ayuda a los más pobres. No sólo ahora. Siempre. Incluso en el barrio de Cité Soleil, en el que residí hasta el año pasado (uno de los más conflictivos de la capital haitiana), hubo grupos armados que nos defendían a las monjas. Era el momento de las revueltas políticas y que cada cual mataba por su líder, pero a nosotras nos dejaban en paz, porque sabían que por encima de los dirigentes y de los poderosos, a nosotras lo que nos importa son los pobres y esos hay en todos los bandos.

Su vida allí difiere mucho de la que llevamos la mayoría de los navarros aquí. ¿Les habla de esta tierra y de sus costumbres?

Pues no mucho, la verdad, siento que contarles lo ricos que somos, lo bonito y limpio que tenemos todo, podría hacer que alguno incluso se sintiera humillado. Me pienso para mí misma que eso de Reyno de Navarra que dicen ahora es una gran verdad. Somos un "reino", y tan reino, porque muchas veces no somos capaces de ver más allá de nuestras murallas, ni siquiera de abrirlas a quienes vienen de fuera...

A través de este periódico tiene ahora la oportunidad de hacerles llegar un mensaje. ¿Qué les diría a esos compatriotas de "Reyno?

Lo primero que gracias por la atención y el dinero que han dado, que todo lo que llegue será poco para esta gente. Y segundo, que piensen en la suerte que tienen de haber nacido allí, que reflexionen. La miseria en Haití es inmensa. Esta catástrofe sólo ha sido como echar un vaso de agua al mar, más pobreza entre pobreza.

Después de todo lo que ha vivido, ¿cuál es su estado de ánimo?

Me levanto todas las mañanas bien animada, la verdad.


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