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domingo, 10 de enero de 2016

Antibióticos de la Misericordia, del Papa Francisco

El Papa Francisco en su encuentro anual con la Curia Vaticana para intercambiar las felicitaciones de Navidad, en su discurso comentó que si bien el año pasado habló de las enfermedades curiales a las que está expuesta la Iglesia, y que debilitan el servicio a Cristo; este año quería presentar los “antibióticos curiales” en clave de misericordia.



1. Misionariedad y pastoralidad. La misionariedad es lo que hace y muestra a la curia fértil y fecunda; es prueba de la eficacia, la capacidad y la autenticidad de nuestro obrar. La pastoralidad sana es la búsqueda cotidiana de seguir al Buen Pastor que cuida de sus ovejas y da su vida para salvar la vida de los demás.

  2. Idoneidad y sagacidad....



  La idoneidad necesita el esfuerzo personal de adquirir los requisitos necesarios y exigidos para realizar del mejor modo las propias tareas y actividades, con la inteligencia y la intuición. La sagacidad es la prontitud de mente para comprender y para afrontar las situaciones con sabiduría y creatividad. 

3. Espiritualidad y humanidad. La espiritualidad es la columna vertebral de cualquier servicio en la Iglesia y en la vida cristiana. Esta alimenta todo nuestro obrar, lo corrige y lo protege de la fragilidad humana y de las tentaciones cotidianas. La humanidad es aquello que encarna la autenticidad de nuestra fe. 

4. Ejemplaridad y fidelidad. Ejemplaridad para evitar los escándalos que hieren las almas y amenazan la credibilidad de nuestro testimonio. Fidelidad a nuestra consagración, a nuestra vocación.  
5. Racionalidad y amabilidad. La racionalidad sirve para evitar los excesos emotivos, y la amabilidad para evitar los excesos de la burocracia, las programaciones y las planificaciones. 

6. Inocuidad y determinación. La inocuidad, que hace cautos en el juicio, capaces de abstenernos de acciones impulsivas y apresuradas, es la capacidad de sacar lo mejor de nosotros mismos, de los demás y de las situaciones, actuando con atención y comprensión. La determinación es la capacidad de actuar con voluntad decidida, visión clara y obediencia a Dios, y sólo por la suprema ley de la salus animarum. 

7. Caridad y verdad. Dos virtudes inseparables de la existencia cristiana: «realizar la verdad en la caridad y vivir la caridad en la verdad» 

8. Honestidad y madurez. La honestidad es la rectitud, la coherencia y el actuar con sinceridad absoluta con nosotros mismos y con Dios. La madurez es el esfuerzo para alcanzar una armonía entre nuestras capacidades físicas, psíquicas y espirituales. 

9. Respetuosidad y humildad. La respetuosidad es una cualidad de las almas nobles y delicadas; de las personas que tratan siempre de demostrar respeto auténtico a los demás, al propio cometido, a los superiores y a los subordinados, a los legajos, a los documentos, al secreto y a la discreción; es la capacidad de saber escuchar atentamente y hablar educadamente. La humildad, en cambio, es la virtud de los santos y de las personas llenas de Dios, que cuanto más crecen en importancia, más aumenta en ellas la conciencia de su nulidad y de no poder hacer nada sin la gracia de Dios. 

10. Dadivosidad y atención. Seremos mucho más dadivosos de alma y más generosos en dar, cuanta más confianza tengamos en Dios y en su providencia, conscientes de que cuanto más damos, más recibimos. En realidad, sería inútil abrir todas las puertas santas de todas las basílicas del mundo si la puerta de nuestro corazón permanece cerrada al amor, si nuestras manos no son capaces de dar, si nuestras casas se cierran a la hospitalidad y nuestras iglesias a la acogida. La atención consiste en cuidar los detalles y ofrecer lo mejor de nosotros mismos, y también en no bajar nunca la guardia sobre nuestros vicios y carencias. 

11. Impavidez y prontitud. Ser impávido significa no dejarse intimidar por las dificultades; significa ser capaz de dar el primer paso sin titubeos. La prontitud, en cambio, consiste en saber actuar con libertad y agilidad, sin apegarse a las efímeras cosas materiales. 

12. Atendibilidad y sobriedad. El atendible es quien sabe mantener los compromisos con seriedad y fiabilidad cuando se cumplen, pero sobre todo cuando se encuentra solo; es aquel que irradia a su alrededor una sensación de tranquilidad, porque nunca traiciona la confianza que se ha puesto en él. La sobriedad —la última virtud de esta lista, aunque no por importancia— es la capacidad de renunciar a lo superfluo y resistir a la lógica consumista dominante. La sobriedad es prudencia, sencillez, esencialidad, equilibrio y moderación. La sobriedad es mirar el mundo con los ojos de Dios y con la mirada de los pobres y desde la parte de los pobres. 

 Para entender los 12 elementos de la lista, el Papa invitó a leer una bella oración, comúnmente atribuida al beato Oscar Arnulfo Romero, pero que fue pronunciada por primera vez por el cardenal John Dearden. 


 De vez en cuando, dar un paso atrás nos ayuda a tomar una perspectiva mejor. El Reino no sólo está más allá de nuestros esfuerzos, sino incluso más allá de nuestra visión. Durante nuestra vida, sólo realizamos una minúscula parte de esa magnífica empresa que es la obra de Dios. Nada de lo que hacemos está acabado, lo que significa que el Reino está siempre ante nosotros. Ninguna declaración dice todo lo que podría decirse. Ninguna oración puede expresar plenamente nuestra fe. Ninguna confesión trae la perfección, ninguna visita pastoral trae la integridad. Ningún programa realiza la misión de la Iglesia. En ningún esquema de metas y objetivos se incluye todo. Esto es lo que intentamos hacer: plantamos semillas que un día crecerán; regamos semillas ya plantadas, sabiendo que son promesa de futuro. Sentamos bases que necesitarán un mayor desarrollo. Los efectos de la levadura que proporcionamos van más allá de nuestras posibilidades. No podemos hacerlo todo y, al darnos cuenta de ello, sentimos una cierta liberación. Ella nos capacita a hacer algo, y a hacerlo muy bien. Puede que sea incompleto, pero es un principio, un paso en el camino, una ocasión para que entre la gracia del Señor y haga el resto. Es posible que no veamos nunca los resultados finales, pero esa es la diferencia entre el jefe de obras y el albañil. Somos albañiles, no jefes de obra, ministros, no el Mesías. Somos profetas de un futuro que no es nuestro.

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