HIJAS DE LA CARIDAD DE SAN VICENTE DE PAÚL

San Vicente de Paúl

DIA DE LA ENCARNACIÓN

CodePen - Pen
  • San Vicente

  • Santa Luisa

  • servicio

  • pobres

  • vidriera

sábado, 30 de enero de 2010

SOR GIUSEPPINA NICOLI

En la historia de la Familia Vicenciana, cada forma de testimonio es una expresión del amor de nuestros Fundadores que es “infinitamente inventiva”.


Sor Giuseppina Nicoli desembarcó en Cagliari el 1 de Enero de 1885; acababa de cumplir los 21 años. Unos meses antes había dejado su familia para entrar en la Compañía de las Hijas de la Caridad. Cristo la había seducido de un modo fascinante.

Giuseppina nació el 18 de noviembre de 1863 en Casatisma, cerca de Pavía, de familia acomodada, su padre era juez y su madre hija de abogado. Giuseppina fue la quinta de diez hermanos, muy querida por todos: su dulzura era un don natural. Hizo sus estudios primarios con las Hermanas Agustinas de Voghera. Después obtuvo el título de Maestra en Pavía, con el secreto deseo de consagrarse a la educación de los niños pobres hacia los que sentía un atractivo especial. En octubre de 1883 hizo el postulantado en el Instituto Alfieri Carrú en Turín. Después entró en el seminario de las Hijas de la Caridad en San Salvario terminado el seminario, fue enviada a enseñar en un colegio de Alessandria donde permaneció solo 6 meses.

Después de esta breve experiencia Sor Nicoli fue enviada a Cagliari, Cerdeña. Se integró con entusiasmo en la nueva misión. Fue destinada al Instituto de la Providencia, pero su actividad no se limitó sólo a la enseñanza. A pesar de su salud frágil, no escatimó esfuerzos y a los treinta años, se le declaró una tuberculosis pulmonar que la acompañó hasta su muerte.

En 1899, fue nombrada Superiora del Orfanato de Sassari. Allí, su vitalidad femenina, madurada por la experiencia alcanzó su plenitud. Dio un nuevo impulso a la Asociación de las Hijas de María; reunió a las Damas de la Caridad y las orientó en el servicio de los pobres; animó los cursos de catecismo, reuniendo cada domingo un gran número de niños y sobre todo puso de nuevo en marcha la Escuela de Religión para las jóvenes universitarias con el fin de que las futuras maestras tuvieran una buena formación religiosa.

En 1910, Sor Giuseppina nombrada Ecónoma Provincial dejó Sassari para ir a Turín; dieciocho meses más tarde, fue elegida como Directora del Seminario de las Hijas de la Caridad.

El 7 de agosto de 1914, la Providencia llevó a Sor Giuseppina a Cerdeña y la condujo, a la “Escuela Infantil de la Marina” de Cagliari. Este barrio, centro de un gran desarrollo urbano, estaba poblado por numerosas familias pobres que vivían miserablemente, en casas insalubres y como carecían de trabajo, sobrevivían a base de actividades no siempre lícitas.

Como los niños eran pobres, no tenían acceso a los estudios y la falta de educación favorecía en ellos comportamientos asociales. La declaración de la primera guerra mundial, complicó aun más la situación.

Con la pobreza y la indigencia materiales, Sor Giuseppina descubrió también las heridas aun más ocultas de la pobreza moral y espiritual: comprendió la necesidad de formación de los Jóvenes a los que reunió gracias a la Escuela de Religión y a las clases del “Instituto de la Marina”. Se ocupó también de los jóvenes de la ciudad, muchos de ellos trabajaban en las manufactureras de tabaco y organizó para ellos retiros espirituales. Se ocupó también de las jóvenes empleadas de hogar que llegaban del campo a la ciudad para servir a las familias acomodadas. Sor Giuseppina las reunía para que tuvieran momentos de expansión y descanso enseñándoles además a leer y a escribir.

Pero por encima de todo, la popularidad de Sor Nicoli está unida a “los muchachos del cesto” muy conocidos en la ciudad por su particular instrumento de trabajo, “su cesto”. Estos chicos fueron para ella su mayor preocupación. Muchos de estos adolescentes descalzos, mal vestidos y mal alimentados se apiñaban cerca del mercado de la ciudad, próximo a la Institución de la Marina. Se ganaban la vida llevando a la estación, o al puerto, el equipaje de los que se llegaban en la ciudad, o transportando las compras que las señoras hacían en el mercado. A menudo llamaban a la puerta de la Escuela para pedir con qué saciar su hambre.

Con las Hermanas de su comunidad, Sor Giuseppina se acercó a estos jóvenes con la delicadeza de una buena madre: los conquistó, puesto que ellos tenían una necesidad profunda e indecible de atención y de afecto. Por su confianza y su amistad les ayudó a encontrar al Señor; les cambió el nombre por el de “los chicos de María”, poniéndoles así bajo la protección de la Virgen. Les dio clase, los preparó para ejercer una profesión, les habló de Dios y les hizo conscientes de su propia dignidad.

En 1924, último año de su vida, Sor Nicoli y la comunidad de la Marina fueron públicamente calumniadas. Sor Giuseppina lo aceptó en silencio, hasta que el Presidente de la Administración reconoció su error. En su lecho de muerte, Sor Nicoli le concedió su perdón con una amplia sonrisa. Murió el 31 de diciembre de 1924.

Sor Giuseppina Nicoli fue beatificada el 3 de febrero de 2008 en Cagliari, ciudad que vio resplandecer su caridad. Numerosas son las gracias debidas a su intercesión.

La Caridad fue la regla de toda su vida: por el camino de una humildad profunda, vivió diariamente esta afirmación de nuestro Fundador:

« Servís a Jesucristo en la persona de los pobres: Hijas mías, ¡cuán verdad es esto! » (San Vicente de Paúl)

lunes, 25 de enero de 2010

MUCHAS FELICIDADES P. PAULES


Muchas felicidades, amigos Paúles.

No os dejéis vencer por el desánimo, la desidia ni la desesperanza. Vuestro carisma es faro que ilumina a la Iglesia y una necesidad eterna: anunciar a Jesucristo hasta el día en que vuelva de nuevo, pues esa es la misión que Él mismo nos dejó. Y en este tránsito, a dedicarse a hacer más transparente el Reino de Dios, que ya está aquí pero “aún no”.

No os desaniméis por la falta de vocaciones. La obra de Dios es obra del Espíritu, y si es de Dios, no faltará su ayuda, ¡nunca lo dudéis!.

Trabajad, estad animosos, y sed luz con vuestra alegría y entrega. Las añadiduras vendrán de mano de Dios y de los hombres a quien Él llame a seguir vuestro hermoso carisma.



Esto saldra en la pagina al pulsar leer mas

25 ENERO CONVERSIÓN DE SAN PABLO

Canto de Jéseb basado en los escritos de San Vicente que muestra porqué los pobres se endurecen y es preciso amarlos más para servirlos mejor.


domingo, 24 de enero de 2010

Se dedican en cuerpo y alma a los enfermos

Los ángeles del Hospital de La Paz



Sor Martina lleva 36 años en Haití, conoce sus secretos y la idiosincrasia de un pueblo distinto y complejo. Su miseria crónica, sus raíces, su independencia pionera, su lengua, sus horizontes plagados de nubarrones, sus tragedias y catástrofes, han forjado una identidad nacional que la hermana Sor Martina Romero, natural de Teruel, respeta y comprende.

Habla el créole pero no le haría falta para entenderse con los haitianos, a veces recelosos de los extranjeros de piel blanca, porque su mirada profunda, sus maneras afables, la bondad que respira por todos los poros conquistan en instantes la confianza de sus interlocutores.

Desde que tembló la tierra, ni ella ni sus compañeras de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, casi todas enfermeras, no han parado un momento. Hace ya una semana que se dedican en cuerpo y alma a los enfermos del Hospital de La Paz, el asignado al personal médico que viajó de España, junto a chilenos, cubanos y colombianos, para tratar a cientos de heridos del sismo.

"Nos iremos pronto de aquí porque ya hay suficientes médicos y enfermeras y nos necesitarán más en otro lugar", comenta sor Rosa María, andaluza. No quieren perder el tiempo cuando son conscientes de que en las plazas y parques, refugio de los sobrevivientes más pobres, se agolpan las necesidades.

Raparte besos y abrazos a los enfermos, consigue cualquier cosa que necesiten los médicos, consuela a las gentes que se le acercan con sus desgracias, cura heridas, salva almas.

"Las hermanas son ángeles que resuelven todos los problemas", afirma Fernando Prados, del Samur madrileño. "Les pedí un trajecito para una niña, no sé cómo hicieron si recortaron una bandera y le dieron dos puntadas, pero ya tuvimos vestido".

Y puede ser una prenda como medicinas, como buscar la madre de un niño herido que llegó solo, como comida. "Llegó una niña desamparadas, con gusanos en la herida de la boca. Cuando se los quitamos y conseguimos entenderle algo, nos dio su nombre y dónde vivía y fuimos a recoger a la mamá", recuerda la hermana Rosa María.

Una vez de alta, a la calle
Como les preocupa la suerte de los enfermos que dan de alta y los mandan para su casa que es tanto como decir a la calle, ya se pusieron manos a la obra para conseguir un recinto donde vayan a parar y queden al cuidado de ellas. "Las hermanas de Gonaives vienen a echar una mano porque allí no hubo terremoto", explica sor Rosa María.

La provincial de la orden, Sor María Teresa Tapia, reacia, como las demás, a contar lo que hacen para restar importancia a su extraordinaria labor, que se financia de donaciones, rememora que llegaron a Haití el 7 de enero de 1973 veinte monjas para entregarse a los más necesitados.

Ya tienen casas en Cité Soleil, en La Plaine, Gonaives, Pavar y La Periere pero el número de hermanas españolas descendió a seis porque unas murieron y las vocaciones en nuestro país bajaron. "Este país sufre una miseria indescriptible, pero saldrá adelante".

Ponen su grano de arena en el océano de carencias que padecen los haitianos, pero alguien, le pregunto a una hermana, podría decir que no se nota, que debe ser frustrante darlo todo y ver que nada avanza. Porque Haití, para el ojo extranjero racional, es una nación inviable y sin remedio, incluso antes del terremoto.

"Nunca perdemos la esperanza de ver un país mejor, de que la gente alivie sus desgracias", responde una de las hermanas, que, al igual que sus compañeras, cuando la atención internacional se haya enfocado para otro rincón del mundo y mengüen los fondos, seguirán al pie del cañón.


viernes, 22 de enero de 2010

Sor Martina Romero Esteban H.C

Estrevista en el peridico La Vanguardia
Sor Martina Romero Esteban, nacida en Teruel hace 62 años
Una religiosa relata la lucha diaria de los cooperantes que están y se quedan
Todo el mundo en el hospital de La Paix busca a la hermana Martina en algún momento del día. En cuanto aparece, a las nueve de la mañana, un médico cubano le echa el lazo para que le haga de traductora de español a creole durante una transfusión. Y ya no parará hasta las nueve de la noche. Lo mismo hace una cura o coge una vena que apaña unos guantes de goma que nadie encuentra. Es enfermera y resolvedora. Y sabe cómo curar y cuidar a los haitianos que lo necesitan porque lleva 36 años haciéndolo. Es una de los cientos de misioneros y cooperantes que estaban, están y se quedan mucho después de la tragedia.




"Yo no me asusto ya de nada. Nada me horroriza ya. Lo que no tolero es que maten o maltraten a nadie", dice Sor Martina Romero Esteban, nacida en Teruel hace 62 años, de ojos claros, piel muy pálida y consistencia de porcelana. Ella es una de las 33 hijas de la Caridad que viven en Puerto Príncipe y, junto a otra española que llegó aquí con ella en 1974, la más veterana. Todas las hermanas que estaban en la casa provincial de la congregación cuando el seísmo la derrumbó se salvaron. La única compañera que murió, sor Brigitte, estaba en la Universidad, también derruida.

Martina no se muestra especialmente impresionada con el terremoto porque ya ha visto demasiadas cosas aquí: asesinatos a machetazos, secuestros en los que le ha tocado intervenir, sangrientos enfrentamientos armados, nueve golpes de Estado y unos cuantos ciclones y terremotos con millones de víctimas en total.

Nadie lo diría al verla de un lado a otro del hospital atendiendo o consolando a los heridos; sujetando una bolsa negra con chupachups para regalar y una botella pequeña de agua rotulada en español y creole: "Agua bendita / Dlo beni. Nadie lo diría, pero la vida de esta monjita es a ratos como una película de acción.

A duras penas, modestia cristiana obliga y además ella "no quiere líos" con asuntos políticos, sor Martina nos cuenta cómo un día salvó a la carrera a un niño de menos de un mes al que, en medio de un tiroteo entre la misión de la ONU (Minustah) y una tribu rebelde, fue dando la respiración boca a boca porque estaba cianótico, azul, y se moría si no recibía atención inmediata. Llegó a tiempo a su destino, el hospital Santa Catalina Labouré, gracias a dos cosas: su conocimiento de las calles y del propio centro médico, y la intervención de uno de los jefes implicados en la revuelta, que la tiró al suelo y la libró de una ráfaga de disparos.

Aunque a ella no le haga ilusión esta forma de plantearlo, la verdad es que sor Martina tiene contactos en el infierno; el de la violencia en Haití, claro. "Muchos de esos bandidos han nacido en mis manos", explica en alusión a gentes que no han dudado en blandir el machete para oponer resistencia o resolver discrepancias.

Como los otros cientos de cooperantes que viven en Haití, y a diferencia de los que están de paso, nuestra hermana de la caridad conoce las teclas que hay que pulsar cuando un atacante o un paciente se ponen aquí levantiscos: "A veces les suelto una palabrota en creole o les amenazo con lo que puede hacerles su dios vudú teniendo en cuenta lo que piensa el mío. Hablo su lenguaje y suelen confiar". Por eso vemos que más de un médico desesperado ante la actitud o el pánico de un herido acude a ella para que lo persuada.

La monja española vive en Haití un terremoto diario. "Para mi no se trata de la fiebre que esta situación, de verdad extrema, ha ocasionado; para mi es la vida diaria; dar de comer, curar y enseñar a niños y jóvenes desesperados en un lugar que, en mi opinión, no tiene arreglo humano", dice. Ella es de los que piensan que "hay que hacer el país nuevo".

De momento, la hermana reza para que la ayuda llegue entera, se mantenga y no acabe desviándose hacia el comercio y el mercado negro. "Un hombre hambriento suele ser un perro rabioso", advierte. Lo sabe por experiencia.

Sor Mª Pilar Pascual Mendívil H.C

Puerto Rríncipe (Haití) 10 Agosto ( EFE )

Mª Pilar Pascual Mendívil: "A nosotras nos respetan todos, saben que vivimos entregadas a los más pobres"
- Ajena al revuelo mediático que ha despertado en su Falces natal, Pilar Pascual Mendívil, Hija de la Caridad en Haití, se ha pasado 9 días atendiendo heridos en Puerto Príncipe. "Estoy intacta, de maravilla", asegura en esta entrevista telefónica.- "El terremoto duró algo así como medio minuto. Las paredes del edificio se movían como si fueran una mecedora"- "Y, sin embargo, esto está lleno de gente con unas ganas inmensas de vivir. Son tan alegres. Es oír un tambor y ponerse a vibrar"- "Eso que dicen de "Reyno" de Navarra" es una gran verdad; muchas veces no vemos más allá de nuestras murallas, ni siquiera para abrirlas"

Al tercer tono de la vigésima llamada, alguien responde. "Oui? Pilar? Oui, elle est ici(¿Sí? ¿Pilar? Sí, aquí está, en francés). Cuatro segundos después, se oye la voz de esta religiosa falcesina de 65 años. "¿Llamas desde Navarra? A ver, que me han dicho que me he hecho muy famosa por ahí estos días", bromea.

Durante unos minutos, Pilar Pascual Mendívil responde con energía, tan alto y claro que no parece encontrarse en medio de un país derruido, al otro lado del océano Atlántico. "Grito un poco por si se corta o no me oyes bien, que no anda muy decente esto de los teléfonos por aquí". La conversación es sólo un paréntesis en su trabajo en un barrio, el de María Magdalena, de las afueras de Puerto Príncipe. Curiosamente, después del interés que ha despertado su persona en los últimos días, le cuesta mucho usar el yo, la primera persona del singular. La mayoría de las veces escoge expresarse a través del nosotros.

Nos tuvo en ascuas durante casi tres días (hasta que pudo ponerse en contacto con su familia, una hermana, en Falces, y decirle que estaba bien). ¿Cómo se encuentra?

(Ríe). De maravilla. Estamos muy bien, trabajando mucho pero intactas, ha sido un milagro...

¿Qué recuerda del terremoto?

Habíamos terminado de trabajar recogiendo los medicamentos del dispensario cuando, de repente, toda la casa empezó a moverse. Las paredes se estremecían como si fueran una mecedora. Duró algo así como medio minuto y derrumbó el depósito de agua que tenemos al lado de la casa, vimos cómo ríos de ese agua venían hacia nosotras... Acto seguido, los regueros que tomaron el relevo fueron los de los heridos. Las calles se llenaron de personas que vagaban en busca de ayuda, de ruinas y de muertos. Esta catástrofe ha dejado muchos muertos...

Por lo que hemos podido ver en las imágenes que nos llegan desde Puerto Príncipe, pocos edificios quedaron en pie...

Se cayó casi todo. Pero vaya, era lo esperable si todo está sujeto con alfileres. Aquí la gente no es que viva en la pobreza, es que sobrevive en la miseria más absoluta. Los pocos que tienen un comercio, pues intentan tirar hacia adelante. Hay algún otro que trata de vender carbón. ¿Turismo? Nada, desde los ochenta la inseguridad y la violencia en las calles acabaron con casi todo el interés extranjero por nosotros. Y, sin embargo, esto está lleno de gente con unas ganas inmensas de vivir. Son tan alegres... Es oír un tambor y ponerse a vibrar.

Usted ha trabajado como enfemera en Pamplona, en el Hospital de Navarra, en Puerto Rico y en Haití, que es donde finalmente lleva 33 años. ¿Qué tiene este país para retenerle así?

Me hace sentir que mi sitio está aquí donde puedo ayudar a los que verdaderamente lo necesitan.

¿Cómo es un día suyo de trabajo allí en Haití?

Me levanto a las 4.30 horas de la mañana. Realizamos una oración y desayunamos. Después acudo al dispensario que tiene la congregación, donde realizo mi función de enfermera. Al día podemos ver entre 250-300 pacientes enfermos. Para las cuatro y media de la tarde, volvemos a la comunidad. Hacemos un poco de vida en común, de reflexión, recuperamos fuerzas para el día siguiente y nos acostamos.

Después del terremoto, su rutina habrá cambiado mucho.

Sí, el trabajo ha crecido muchísimo y casi todos los enfermos que atendemos son urgencias como infecciones que requieren una amputación. Además, estamos allí mientras que hay luz, hasta las siete o las ocho de la tarde; hay tanta necesidad... También ha cambiado que ahora dormimos en el patio. Nadie quiere volver a exponerse a que se le caiga encima una pared. Ayer mismo (por el miércoles), la tierra volvió a temblar de nuevo.

Hasta Europa llegan noticias de pillaje, violencia, caos en las calles, ¿es cierto?

Es verdad que hay mucha violencia en la calle. Una de las cárceles más importantes de Puerto Príncipe, la prisión C, se derrumbó con el terremoto y de allí salieron a la calle 3.000 presos. Mucha gente no tiene agua; otros lo han perdido todo, aunque ya fuera poco lo que tenían.

¿Su seguridad se ha visto amenazada en alguna ocasión?

Nunca. No sé, a las religiosas siempre nos han respetado porque saben que nuestra labor es de ayuda a los más pobres. No sólo ahora. Siempre. Incluso en el barrio de Cité Soleil, en el que residí hasta el año pasado (uno de los más conflictivos de la capital haitiana), hubo grupos armados que nos defendían a las monjas. Era el momento de las revueltas políticas y que cada cual mataba por su líder, pero a nosotras nos dejaban en paz, porque sabían que por encima de los dirigentes y de los poderosos, a nosotras lo que nos importa son los pobres y esos hay en todos los bandos.

Su vida allí difiere mucho de la que llevamos la mayoría de los navarros aquí. ¿Les habla de esta tierra y de sus costumbres?

Pues no mucho, la verdad, siento que contarles lo ricos que somos, lo bonito y limpio que tenemos todo, podría hacer que alguno incluso se sintiera humillado. Me pienso para mí misma que eso de Reyno de Navarra que dicen ahora es una gran verdad. Somos un "reino", y tan reino, porque muchas veces no somos capaces de ver más allá de nuestras murallas, ni siquiera de abrirlas a quienes vienen de fuera...

A través de este periódico tiene ahora la oportunidad de hacerles llegar un mensaje. ¿Qué les diría a esos compatriotas de "Reyno?

Lo primero que gracias por la atención y el dinero que han dado, que todo lo que llegue será poco para esta gente. Y segundo, que piensen en la suerte que tienen de haber nacido allí, que reflexionen. La miseria en Haití es inmensa. Esta catástrofe sólo ha sido como echar un vaso de agua al mar, más pobreza entre pobreza.

Después de todo lo que ha vivido, ¿cuál es su estado de ánimo?

Me levanto todas las mañanas bien animada, la verdad.


See the Pen Coverflow by duro (@duro) on CodePen.